sábado, 2 de febrero de 2013

Andantino para «blackhawk» y cuerda.

 

 

 

Я:

 

 

¡FUERA, fuera, fuera! Desalojan los sótanos hasta la mínima expresión del amparo, a punta de rifle con los civiles, a ración de metralla con las serpientes, las ratas, las palomas.

¡Fuera, fuera, fuera!

Quede limpio el teatro.

Hace tan sólo unas horas, madrugaba la capital con sus céntricos pisos en llamas, mezclados los huesos y los objetos del bureau en una misma lluvia tóxica. Y los insectos…

Los insectos no reaparecen hasta el mediodía, al descubrir jugo en los labios blancos –porque en cualquier esquina es fácil hallar una pila de labios y yemas y párpados blancos.

¡Fuera, fuera, fuera! Ningún techo aquí es apto para el cobijo,

ninguna plaza hábil para reunirse.

Un comité militar asignará a cada familia el enclave adecuado. Mucha gente de este sótano quedará repartida entre

Bosnios A,

Bosnios B y

Bosnios C.

Otros, tendrán que caminar más para llegar a

Tártaros A,

Tártaros B o

Tártaros C.

Yiddish A y B

quedan más al norte, mientras que

Yiddish C

permanece incomunicado en el lado opuesto de la ribera. Humos de un malherido suburbio velan los cerros de

Romaníes A y B,

donde los refugiados se exprimen en prieta colectividad con tal de obtener contra Diciembre una brizna de tibieza.

Y, así, arrancadas de su último fogón, caminan estas pavesas con cuerpo humano y pecho de reptil rumbo a la diáspora. Un puente de estructuras retorcidas alberga comitivas periódicas, dejando tras de sí un buen puñado de pisadas afiladas, como de insecto. Puede que estos patriotas de otra parte, los de la eterna ballesta en el ojo, hayan logrado por fin reorganizar las etnias del modo más eficiente, porque un pueblo que da buena leche no tiene buena lana que ofrecer…

…y un pueblo que da lana pocas agallas tendrá para gestionar su siderurgia…

…será una cuestión genética, ¿…no?

 

Adiós, ciudad; adiós, apartamento; adiós, ascuas. Adiós también al gris afluente del Adriático y a los automóviles antiguos que los asnos lamen sin cesar.

En un campo de plástico te reunirás con extraños que, sin embargo, tienen tu misma sangre y tu mismo color de pelo. Según los insectos que, ya al mediodía hurgaban en los cuerpos tendidos, los labios blancos deben apilarse en el montón blanco y los morados en la pila morada. Parece que, al final, estos pequeños burócratas se hallan en lo cierto y el mundo acaba por adoptar su minúscula y longeva escala.